En Marratxí hay dos Centros de Día. Uno es Brot de Gínjol, ubicado en Ses Cases Noves y operativo desde 2006. El otro, en Ca Ses Monges de Pòrtol está en funcionamiento apenas desde abril de este año. En ambos centros, pasan la jornada de lunes a viernes personas mayores con un perfil bastante común: sufren un cierto grado de dependencia (más elevado en Brot de Gínjol que en Ca Ses Monges), la mayoría son viudas y con necesidad de atención y de compañía.
En cualquier caso, en ambos centros, gracias a la implicación de todo el personal que las cuida a diario, estas personas recobran la ilusión, hacen nuevas amistades y forman una nueva ‘familia’.
Cada lunes, la directora del área de Servicios Sociales del Ayuntamiento, Antònia Malagrava, se reúne con las dos trabajadoras sociales que se encargan de la gestión y la coordinación de los dos Centros de Día del municipio: Carmen Ribot, en Brot de Gínjol, y Mika Forteza, en Ca Ses Monges de Pòrtol. En la reunión tratan de situaciones a mejorar y de optimizar los recursos disponibles en ambos centros.
Ribot comienza explicando que «se percibe que las personas usuarias del Centro de Día, con las actividades, juegos que organizamos y con el hecho de hacer amigos y amigas, ganan en ilusión y en motivación, lo que a su edad es muy importante. Debemos pensar, en todo caso, que son personas con subidas y bajadas en su estado de ánimo. Pueden llegar a manifestar que se sienten una carga para sus, y este hecho les hace sentir mal y las deprime».
En este mismo sentido, Forteza destaca que «el tratamiento individualizado a los residentes es una premisa básica en el funcionamiento del centro, preservando siempre la libertad que cada persona debe tener para decidir si quiere hacer o no cualquiera de las actividades que los preparamos. El objetivo es que conseguir personas dinámicas, que no estén todo el día sentadas en el sofá o el sillón sin hacer nada. Por otro lado, tenemos muy claro que no se debe infantilizar los usuarios; son personas mayores y las actividades deben estar adaptadas a sus necesidades».
Ribot comenta, en este sentido, que las personas usuarias del Centro adquieren «rutina e ilusión». «Hacemos (o lo intentamos) que se sientan acompañadas. Todas las actividades que llevamos a cabo son terapéuticas, para que la persona pueda realizar las actividades básicas de la vida diaria «.
«En el Centro de Día -continúa Forteza- se respira un buen ambiente, todo transcurre con calma, con tranquilidad y sin ruido. Intentamos que cada usuario esté bien atendido en todo momento. Aquí casi nunca hemos sufrido conflictos de convivencia. En general, podemos decir que a las residentes del Centro de Día les cambia la vida. Personas que no comían, ahora comen; aquellas que no reían, ahora ríen … En general, les cambia la vida en positivo. Y eso, evidentemente, es bueno para ellos y también para las familias. Algo está demostrado: una persona mayor sola todo el día en su casa se va deteriorando con el día a día «.
La implicación en el trabajo y la inversión de los 1.440 minutos diarios
Respecto a la implicación en el trabajo, Ribot afirma que «para trabajar en cualquier ámbito social, hay una cierta empatía y sensibilidad. Yo personalmente disfruto mucho de mi trabajo». Reivindicativa, dice: «Creo que tenemos que reivindicar el papel de nuestros mayores en la sociedad, y creo que en este sentido hace falta una ley que los ampare y los proteja como merecen. No debemos olvidar que hay personas mayores objeto de abuso económico y físico, casos que quedan ocultos y que no trascienden».
Paralelamente, Ribot también alaba el trabajo de las auxiliares y de todo el personal del Centro de Día. «Es un trabajo que se tiene que poner en valor. Todo el mundo que trabaja aquí lo hace con la idea y la premisa de dar dignidad a la vida de nuestros mayores».
Forteza añade que «aquí se trabaja de manera tranquila y muy a gusto. Tener residentes fijos, nos facilita nuestra labor. Nosotros atendemos no solamente a las residentes sino también a sus familias. Las asesoramos sobre la Ley de Dependencia o las dotamos de conocimientos y habilidades para poder cumplir la tarea de cuidadores, sin descuidar su propio cuidado y atención. Actualmente, en coordinación con el Centro de Salud de Pòrtol, ofrecemos un taller para personas cuidadoras. Por otro lado, procuramos que los y las residentes no pierdan el contacto con su entorno, organizando salidas para ir a merendar o para dar una vuelta”.
Además de reafirmar este punto (también a Brot de Gínjol hay un taller dirigido a las personas cuidadoras), Ribot acaba concluyendo que «a nadie le gusta envejecer, porque esto implica deterioro, a uno u otro nivel, pero es ley de vida «. Y en este sentido, recuerda un cuento interactivo que explicó a las usuarias de Brot de Gínjol. ‘¿En qué gastaríais el dinero si cada día os tocaran 1.440 euros? Pues, debéis pensar en qué gastáis los 1.440 minutos que tiene cada día».
Las personas usuarias son la razón de ser de los Centros de Día. Margarita Viver y Elecinia López lo son de Brote de Gínjol, mientras que Antònia Puigserver lo es de Ca Ses Monges de Pòrtol. El testimonio de las tres no deja lugar a dudas respecto a los cambios que han experimentado en las respectivas vidas desde que están ahí.
Margarita Viver tiene 84 años, es viuda y vecina de Pla de na Tesa, expresa con rotundidad: «Aquí se puede decir que he vuelto a nacer. Los mismos vecinos me dicen: ‘Margarita, no pareces la misma’. Entré en el Centro de Día después de enviudar, hace cinco años. Las chicas que me atienden son divinas. A mí y todos nos dan un trato y una compañía impresionantes, y no exagero nada «.
A su lado, Elicinia López, con 76 años, viuda y también vecina de Pla de na Tesa, recuerda que «entré en el Centro de Día hace ocho meses, justo después de enviudar. Mi hijo no quería que pasara muchos ratos sola. La verdad es que me gusta mucho estar en casa, pero aquí me gusta también todo lo que hay hacemos, sobre todo pintar y escribir».
Antònia Puigserver tiene 87 años, es viuda y vecina de Pòrtol. Lo primero que hace al llegar es pedir a todos como está. ‘¿Has dormido bien?’, pregunta de forma recurrente e individualmente.
Su vínculo con el Centro de Día es el siguiente: «Enviudé hace tres años, y desde entonces, en casa, solo estaba sentada en el sillón sin hacer mucho. Mis sobrinas consideraron que no podía estar yo tantas horas sola en casa e hicieron posible que pudiera venir al Centro de Día, que queda muy cerca de nuestra casa. La verdad es que estoy muy contenta de venir cada día. Antes casi no me podía mover; en cambio, desde que hago ejerce a diario con Lluís (el fisioterapeuta) he notado mucho cambio, incluso me puedo bañar sola, cosa que anteriormente tampoco podía hacer. Sin duda, la salud la he recobrado aquí».
Querida por todos, las personas usuarias del Centro de Ca Ses Monges y el personal la conocen como ‘la tía Antonia’. «Aquí tenemos un servicio de los que no hay. Todas las personas que trabajan con nosotros no se merecen un diez, sino un once. Aquí todo es muy alegre, y nos tratan como si fuéramos de la familia. ¿La comida? El día que me gusta lo que hay, como más; y el día que no me gusta tanto, pues no como tanto «.
Siguiendo las indicaciones de las respectivas trabajadoras sociales (Carmen Ribot y Mika Forteza), todo el personal que trabaja en los Centros de Día de Marratxí se desviven para que los usuarios estén lo mejor atendidas posibles, atendiendo a las distintas necesidades de cada según el perfil individual.
Natalia Ballester tiene 29 años y es trabajadora familiar de Brot de Gínjol. Explica que «hace cinco años que estoy trabajando en el Centro de Día Brot de Gínjol, y ya hace dos que tengo plaza. El nuestro es un trabajo que te tiene que gustar. Las usuarias nos enseñan muchas cosas a diario, te cuentan sus vivencias. Aquí todos formamos una familia, nos tenemos mucha de estima. Para mí, es muy gratificante porque son personas muy agradecidas, y cada uno te lo demuestra a su manera. Incluso me piden por mis niñas».
«Es un trabajo muy vocacional. Si no te gusta, puede hacerse muy dura. Creo, por otra parte, que tienes que saber desconectar, lo que no es fácil, porque también pasas momentos delicados cuando alguien no está bien. Lo cierto es, en todo caso, que cuando termina la jornada llegas a tu casa cansada: debemos pensar que nuestro trabajo también es muy física «.
Quién sabe mucho del físico y de las articulaciones de las personas es Luis García Rullán, fisioterapeuta, de 34 años, del Centro de Día de Ca Ses Monges. “Muchas veces hablando con colegas los explico que estoy contento de haber escogido la rama de geriatría en mi profesión, porque te motiva a trabajar cada día el hecho de ver como las personas del Centro aprovechan el día a día, dentro de sus posibilidades, los ejercicios que hacemos. Soy consciente de la realidad de los usuarios, y sé que muchas veces no es posible recuperar lo perdido, pero sí a menudo cada usuario podrá mantener las habilidades y recursos individuales de cada uno».