El frontal trepanado de un niño y unos botones perforados en ‘V’, los restos de los primeros humanos que pisaron Marratxí

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El museo de la Porciúncula acoge estos hallazgos arqueológicos prehistóricos procedentes de Marratxí. Consisten en unos restos óseos humanos, los restos fragmentarios de un frontal de cráneo infantil trepanado y una serie de nueve botones de hueso perforados en V, además del fragmento de un pequeño punzón de bronce, todos procedentes de Son Cos, Marratxí.
Enric Ragnar subralla en este artículo que tienen un valor excepcional porque se conservan muy pocas evidencias del pasado remoto de Marratxí.


El término de Marratxí presenta suficientes indicios claros de un poblamiento muy antiguo que se remontaría como mínimo a la Edad de Bronce dentro del periodo navetiforme. La presencia de cuevas de entierro naturales y artificiales, como la cueva de Son Caulelles o este Coval de Son Cos, son una de las evidencias más rotundas de que, al menos una parte del territorio que más tarde ha devenido en el término de Marratxí, se encontraba poblado en tiempos remotos, a pesar de que no han sobrevivido demasiadas evidencias de patrimonio arqueológico, explica Ragnar.

Se encuentran nueve botones realizados la mayoría de ellos, hasta un número de seis, de colmillo de cerdo, en forma de triángulo. La presencia de estos elementos en el Coval de Son Cos, junto con un punzón de bronce, permite remontar la presencia humana en el actual municipio de Marratxí al menos en el periodo navetiforme (ac. 1600-1100/1000), dentro de la Edad de Bronce al II milenio a. C. Completan, así, estos botones la datación temprana testimoniada por la presencia de cuevas de entierro, como la conocida Cueva de Son Caulelles o Cueva del Moro. Entre estas cuevas está el yacimiento del Coval de Son Cos, una cavidad natural de pequeñas dimensiones en roca calcárea que mira de hacia Santa Maria del Camí.


El frontal de cráneo infantil trepanado del Coval de Son Cos


Su descubrimiento se remontaría, según los testigos, a un momento incierto del siglo XX, fuera de una excavación arqueológica, y habría llegado a la colección del Museo de La Porciúncula gracias a las gestiones del padre J. Llabrés Ramis a mediados de los años sesenta. En el museo, la pieza figura datada en el siglo V a. C., una datación relativa vinculada a los elementos cerámicos presentes al yacimiento. En cambio, V. Guerrero (1999) lo atribuye a la Edad de Bronce.

La calota infantil del Coval de Son Cuerpo se encuentra incompleta y fragmentada en tres trozos, el más grande de los cuales es el correspondiente al hueso frontal y es el que presenta las trepanaciones, tres perfectamente circulares de 11 milímetros de diámetro. El neurocirujano J. M. R. Tejerina, examinó el frontal en 1973-1974 y contó en el diario Baleares que, por su reducida medida, corresponde a un niño o una niña de entre 6 y 8 años, que, según el diagnóstico, estaría afectado de hidrocefalia, identificable según Tejerina (1974, 1981) por la delgadez del hueso del cráneo, resultado de un exceso de líquido cefalorraquídeo en el interior. Las posibles causas de esta enfermedad, apuntaba el doctor, podían ser congénitas, también por procesos inlamatorios durante la gestación a causa de una meningitis o tuberculosis posparto que hubiera sufrido el niño.

Según el Dr. Tejerina las trepanaciones fueron hechas in vivo, quienes afirmó que el niño o niña nunca sobrevivió como mínimo más de un año, como queda patente por la regeneración del tejido óseo. La valoración de Tejerina sobre el cirujano prehistórico es contundente: «excelente» (Mascaró, 1974: 5), tanto por el diagnóstico como por la praxis realizada, que habría tenido como finalidad sacar el exceso de líquido cefalorraquídeo para hacer menguar el dolor de cabeza. También su valoración del nivel alcanzado por la cirugía neurológica prehistórica balear le merecen el máximo calificativo: «Francamente fascinante, alcanzaron un nivel científico muy elevado, excelente» (Mascaró, 1974: 5).


La finalidad terapéutica y las prácticas rituales magicorreligiosas eran las dos motivaciones de estas operaciones, que eran frecuentes como se demuestra en los yacimientos. A pesar de las curas, el niño murió en una edad temprana y sus restos fueron depositados en un sepulcro colectivo probablemente de tipo secundario, para que reposaran cerca de sus ancestros, lugar donde estuvieron más de veinticinco siglos hasta su hallazgo en el siglo XX, cuando se encontraron los pedazos del cráneo ya fragmentado, mezclados entre los restos de las cerámicas de las ofrendas, y los botones de hueso de las antiguas mortajas, concluye Enric Ragnar.