La gripe de 1918, mal llamada «española», fue una de las peores pandemias de la historia, con más de 50 millones de muertes en todo el mundo.
En estos días de pandemia y confinamiento, puede resultar interesante hacer una mirada hacia atrás para ver cómo, a lo largo de la historia, virus y bacterias han causado de forma periódica importantes brotes. La gravedad del impacto, en términos cuantitativos y cualitativos, ha dependido, naturalmente, de cuestiones biológicas, pero también han tenido mucho que ver, en cada caso, las condiciones sanitarias, higiénicas y alimentarias. La gripe de 1918 apareció al final de la Primera Guerra Mundial, o sea, después de cuatro años de conflicto.
El primer foco se dio a principios de 1918 en una base militar de Kansas, en Estados Unidos. Parece que en algún momento la gripe estacional mutó y aumentó la capacidad de infección y su letalidad. Normalmente, la gripe afecta sobre todo a las personas mayores y los niños, pero este brote también afectaba gravemente a jóvenes y adultos sin patologías previas.
Los soldados estadounidenses que llegaban a Europa para luchar en la Gran Guerra llevaron consigo el virus, que en pocas semanas se extendió por todo el continente. El primer caso europeo se registró en Francia, desde donde pasó -por este orden- al Reino Unido, Italia, Alemania y España. Los países censuraron las noticias relativas a la gripe para evitar que afectaran a la moral de la población en un contexto de guerra, pero en España, que se mantuvo neutral ante el conflicto, se publicaron todos los detalles. Como fue el primer país en informar del virus, la gripe rápidamente adquirió el apodo de “española”, a pesar de suponer una crisis sanitaria a escala mundial.
En realidad, la gripe de 1918 se dio en dos oleadas. La primera se produjo en el mes de mayo y afectó básicamente a las grandes ciudades. La segunda ola tuvo lugar después del verano y fue la más dura, ya que el 75% de las víctimas corresponden a esta segunda. Comenzó como un brote leve que se fue agravando progresivamente y, a diferencia de la primera ola, también se entendió por las zonas rurales y poblaciones pequeñas, como Marratxí.
En octubre ya había una cantidad importante de enfermos en el municipio, una situación que empeoraría con la muerte del médico municipal, Gaspar Santiago, y los problemas de abastecimientos de ciertos productos básicos como la leche. Por esta razón, ese mismo mes el Ayuntamiento acordó el embargo de toda la producción de las fincas e industrias de Marratxí hasta el final de la pandemia para su reparto entre las personas necesitadas. También tenemos constancia de la adquisición de cal y de azufre para la desinfección general de las vías públicas, así como el encendido de hogueras para purificar el aire.
En 1919 y 1920 se produjeron nuevas olas, pero de menor trascendencia que las vividas en 1918. Esto y la desaparición del virus respondieron, según diversas investigaciones, a que los humanos se adaptaron a la gripe y los supervivientes se inmunizaron. Con todo, hay que decir que las consecuencias negativas continuaron un tiempo más, aunque ya no por causas biológicas, sino económicas y sociales.