Tiempo atrás, en las escuelas del municipio existían asociaciones que tenían como objetivo fomentar entre los niños el ahorro y la previsión para la vida adulta o, incluso, la jubilación.
La función social del Estado, reconocida y desarrollada en la Constitución, era inexistente a principios del siglo pasado. Los servicios públicos eran precarios, insuficientes y, generalmente, no superaban el ámbito de la beneficencia. La situación de las escuelas descrita en el anterior número era extensible a la sanidad, la protección laboral o el trabajo social. La respuesta de los sucesivos gobiernos consistía en promover el ahorro de las familias para hacer frente a crisis, enfermedades o la vejez. Con todo, sin mecanismos de redistribución de la riqueza, el ahorro solo era un pretexto para legitimar un sistema desigual con ricos muy ricos, pobres muy pobres y una gran diferencia entre ellos.
Esto obligaba a los trabajadores a tener seguros privados de trabajo y de jubilación. Podían contratarlos a través de una compañía aseguradora, pero también afiliándose a una mutua obrera. Las segundas eran asociaciones formadas por trabajadores y que solían tener, además, funciones sindicales, formativas, sociales o lúdicas. En cualquier caso, el sistema de contribuciones y prestaciones, que posteriormente fue adoptado por la Seguridad Social, tendía a ser deficitario: los trabajadores no podían aportar grandes cantidades y, aparte del coste de los pensionistas, los gastos por enfermedad, accidente laboral o paro eran frecuentes.
Una solución llegaría de la mano de J. C. Cavé, un funcionario francés: avanzar la imposición de la primera cuota al inicio de la vida escolar y no de la laboral. Defendía que así se podrían conseguir prestaciones más altas, pero, sobre todo, cuadrar las cuentas de las mutuas, ya que los niños no tenían accidentes laborales ni podían quedar desocupados. De este modo, en 1881 fundó en París la primera mutualidad escolar.
Tres decenios después el sistema ya se había generalizado y cruzado los Pirineos. En 1910 ya funcionaban mutualidades escolares en Madrid y en el País Vasco y, si bien en Mallorca aún no se había constituido ninguna, sí se hacían conferencias explicativas. El 14 de julio de 1911 el Gobierno promulgó un decreto por el que se regulaban las mutualidades escolares. Esta norma supuso el disparo de salida a la creación de mutualidades, que vivió un nuevo impulso cuando en 1919 se decretó que eran obligatorias en todos los centros públicos.
El interés por el mutualismo escolar no era muy elevado en Marratxí, ya que no hay constancia de su existencia hasta la aprobación de los decretos de obligatoriedad. El 10 de marzo de 1920 fueron registradas las dos primeras, con sede en las escuelas de Sa Cabaneta: «La Cabaneta» y «La Cabaneta Infantil». Un año después, en verano de 1921, se constituían en las escuelas de Es Pla de na Tesa las mutualidades «San Lázaro» y «Virgen de Lourdes». Posteriormente se añaden otras dos: «San Marcial» y «Santa Catalina Thomás».
Todas las mutualidades funcionaban igual. Podían ser socios los alumnos de entre 3 y 18 años, que tenían que hacer un ingreso semanal de al menos 10 céntimos. La mitad de su aportación iba a un fondo común de la mutualidad y la otra mitad a la cuenta personal. Paralelamente, podían recibir una subvención estatal anual de hasta 3 pesetas. Los socios tenían derecho a recibir una pequeña paga en caso de enfermedad y al hecho de que la familia cobrara un seguro en caso de muerte. Entre los 18 y los 25 años tenía lugar la retirada del depósito, que el joven podía utilizar para la emancipación, para la matrícula de estudios superiores, para abrir un negocio o, cuando las leyes lo preveían, pagar el rescate para evitar el servicio militar. También tenía la opción de convertir el depósito en un plan de pensiones que se podía cobrar entre los 50 y los 65 años.
Aunque el máximo responsable solía ser el maestro, tenían una junta directiva formada por padres y docentes. Los niños no podían ostentar cargos, pero solían ser ayudantes de los adultos. Además, los rectores de Marratxí presidían las mutualidades de las respectivas localidades, lo que da a entender que eran entidades con cierta vinculación con el entorno.
Igualmente, hay que tener presente la importante vertiente pedagógica de las mutualidades. Aunque oficialmente consistía en transmitir valores como el esfuerzo y el civismo, realmente era mucho más amplia. En el marco de las mutualidades se llevaban a cabo festivales, excursiones, colonias, talleres, veladas literarias o teatro, entre otras actividades. En este sentido, a partir de las mutualidades surgieron los cotos escolares, entidades similares pero que se articulaban en torno en un campo de aprendizaje, como un huerto. Los niños podían adquirir aprendizajes vinculados al cultivo de la tierra y obtener ingresos con la venta de lo que producían. Con la progresiva reducción de interés institucional y el desarrollo de la Seguridad Social, las mutualidades escolares se fueron disolviendo, especialmente aquellas que, como Marratxí, existían para cumplir con una obligación legal. Aunque las mutualidades desaparecieron como tales, ya incorporaban prácticas propias de metodologías educativas que hoy se consideran innovadoras como el aprendizaje-servicio, los proyectos o el trabajo por competencias.