Jaume Fernández Balaguer, autor de ‘L’escolanet de Sant Marçal’, nació en Palma en 1964, pero fue Marratxí el municipio que marcó su vida. En Sa Cabaneta pasó su infancia y juventud hasta que en 1988 se marchó a trabajar a Extremadura y posteriormente en Cataluña.
Desde los 16 años empezó a trabajar en la «Librería Religiosa Selecta» y en el Colegio de Sant Francesc de Palma. Tras su estancia en Extremadura, donde vivió 4 años, llegó a Cataluña donde trabajó en el equipo de enfermería del Hospital Benito Menni de Sant Boi de Llobregat.
Actualmente lleva dos décadas viviendo en Sant Celoni, en la comarca del Vallès Oriental de Barcelona. Nunca ha perdido el contacto con su tierra, sus amigos y sus recuerdos, como prueba ‘L’Escolanet de Sant Marçal’, un libro costumbrista sobre la vida y la gente de Sa Cabaneta en 1974.
Jaume cuenta que sus amigos y conocidos han acogido con «mucho cariño» su libro por la gran cantidad de «recuerdos entrañables», y su esfuerzo por rescatar con nombres y apellidos las personas que dieron vida a Sa Cabaneta en los años 70. En el libro aparecen los nombres del médico, del farmacéutico, de los comercios, los bares, e incluso el nombre y apodo de los conductores de los viejos autobuses que hacían la ruta entre Pòrtol-Sa Cabaneta-Sant Marçal-Es Figueral-Es Pont d’Inca y Palma . «He querido hacer un pequeño homenaje a aquellos vecinos de Sa Cabaneta que vivieron en aquellos tiempos y formaron parte de mi infancia, sin olvidarme de su apodo o por qué eran conocidos en el pueblo»
«L’escolanet de Sant Marçal» es la muestra de cómo la infancia y lo que vivimos durante esta etapa nos marcan para toda la vida. «Pasaron muchas cosas de las que te marcan la vida para siempre. Disfrutar de mi madre, que falleció tan joven, conocer tanta gente que nos quería, y lo sigue haciendo. Los jóvenes que formaron parte de mi infancia y las personas mayores que no puedes olvidar por su bondad y por el afecto que nos tenían «.
Jaume Fernández habla con admiración de Joan Ferrer, rector de Sant Marçal durante 23 años. «Fue para mí un ejemplo de humanidad, de buen corazón, de nobleza, de bondad, pasé muchísimas horas a su lado en Sant Marçal y puedo dar fe de que era una persona realmente hecha para ejercer de verdad el sacerdocio. Era un ejemplo de paciencia, trabajo y caridad «.
Un rector marcado por una tragedia de juventud, cuando fue confesor de los fusilados durante la Guerra Civil. «Así lo hizo constar su biógrafo, Baltasar Morey. Recién ordenado sacerdote, en el año 36, su primer destino fue ir a Manacor para atender a los fusilados heridos de muerte o bien de los que ya habían muerto fusilados. Aquella tragedia marcó su vida para siempre. Estuvo muy enfermo psicológicamente y aquella pesadilla le persiguió toda la vida «.
Casi 50 años después, Jaume Fernández reconoce que muchas cosas han cambiado desde que se marchó. «Ya hace unos 8 o 10 años de mi última visita a Mallorca, y entonces ya quedé impresionado de lo que había cambiado Marratxí. Era asombroso ver cómo había crecido Marratxí hacia Palma y hacia la Part Forana y la manera en que Sa Cabaneta y Pòrtol prácticamente ya están unidos. En mi época, desde Sant Marçal hasta el Pont d’Inca (Es Figueral aparte) sólo había carretera y el Palau de Son Verí».
Pasado el tiempo, Jaume reconoce que era inimaginable el gran desarrollo económico y comercial experimentado por el pueblo. «Pienso que si los años 70 nos hubieran dicho que Marratxí crecería de esta manera tan grande, no lo hubiéramos creído. Entre los años 60 y 80 el crecimiento del término municipal fue muy escaso comparado con el crecimiento experimentado entre los 80 y el 2000 «. «Creo que viví con la mejor gente del mundo. Si a esto le añadimos todo lo que tenías entonces al alcance, y la complicidad que había entre todos los vecinos, hicieron de Marratxí un lugar inolvidable para mí. La gente, la parroquia, las monjas, el club parroquial, Es Campet, los maestros. Yo creo que Marratxí era y es un lugar para disfrutar de todo lo bueno que te puede dar la vida «.
Jaume recuerda que ser monaguillo le permitió aprender mucho sobre arte, la iglesia o costumbres y que conocía a todo el mundo pero «la parte negativa era tener que asistir a funerales o exequias de amigos, muertos muy jóvenes y durante los cuales no podías aguantar las lágrimas mientras la gente te estaba viendo sobre el altar de Sant Marçal. Aprendí a disfrutar y sufrir «.
A pesar de los más de 30 años transcurridos desde que Jaume Fernández dejó Sa Cabaneta, el monaguillo de Sant Marçal mantiene intactos los recuerdos y los afectos de una etapa mágica de su vida. Todavía hoy no se olvida de su tierra y se informa de las novedades del pueblo gracias a los amigos y a las nuevas tecnologías que lo mantienen conectado con el pueblo que le dejó una huella indeleble.