Los profesionales que trabajan en Marratxí recuerdan las anécdotas de los mestres y hablan con ilusión de un futuro que debe pasar obligatoriamente por poner en valor el patrimonio marítimo de la isla. El taller se dedica a la restauración, divulgación e investigación de las barcas de madera, y dispone de un sistema que permite reproducir barcas de los siglos XIX y XX provenientes de Alcúdia, Pollença, Sóller, Portocolom, Llucmajor, Campos o Palma.
En medio del aeródromo de Son Bonet, otras naves, las de madera, esperan su momento para volver a la cuna del mar. Es aquí, entre el ruido de las avionetas despegando, donde encontramos un refugio de paz y artesanía: el taller de mestres d’aixa. En este enclave no se escuchan las olas, pero el corazón del oficio late fuerte y orgulloso, y nos recuerda, en medio del progreso frenético, que siempre hay lugar para la tradición y las cosas hechas con amor y destreza. Al contrario que los aviones que las rodean, las embarcaciones que aquí se restauran carecen de motor, se mueven por vela latina o a remo.
Bernat Oliver, técnico de Patrimonio Marítimo de Consell de Mallorca, nos explica las funciones de este taller, propiedad del Consell de Mallorca. «Mostramos en qué consiste el oficio, lo damos a conocer en ferias, escuelas y a colectivos para conservarlo». El grueso de trabajo del taller se dedica a la restauración y la investigación; las tareas del día a día se dejan a los mestres d’aixa que todavía están en activo. “Los encargos externos son muy puntuales. Ahora mismo están recuperando una lancha de Felanitx de la Asociación de Barcas Tradicionales de Portocolom y un laúd propiedad del Ayuntamiento de Alcúdia», señala.
Además, los mestres d’aixa han construido barcas de vela y remo tradicional que el Consell cede temporalmente a los clubes náuticos para practicar el deporte o para hacer formaciones, sobre todo en Cala Gamba y Portocolom. Su pequeña flota está formada por un laúd, dos botes de remo, un gussi y cuatro dragoneres, todos hechos en Marratxí. «Hacemos una réplica de las piezas que menos hay y las cedemos para que aprendan a navegar. La idea es que las embarcaciones sean un punto de encuentro del entorno social», comenta Oliver.
El mestre d’aixa al frente del taller es Pep Florit. «Lo que ves aquí es la NASA de las barcas en el Mediterráneo. No hay ningún país que tenga esta infraestructura. El Museo Marítimo de Barcelona tiene un mestre d’aixa, en Croacia y en Grecia queda alguno, pero creo que tener esto en Marratxí es un motivo de orgullo».
Pep Florit también se encarga de explicar cómo se construye una barca desde cero en las visitas escolares que se organizan una vez a la semana, los viernes. «El año pasado tuvimos unas 600 visitas. En principio, son sesiones de hora y media, pero acaban convirtiéndose en tres, porque esto no lo han visto nunca», dice el mestre. Algunos de ellos incluso se embarcan en La Balear, que este 2024 cumple cien años y que está catalogada como Bien de Interés Cultural (BIC). La restauración de esta embarcación supuso el inicio del taller. Florit empezó a trabajar justo en ese momento, cuando el mestre Jaume Cifre, de Portocolom, jubilado hace cinco años, lideraba el proyecto de restauración de la nave insignia del taller. «Tenía que trabajar dos meses y han pasado veinticuatro años».
Tras este gran proyecto, el taller ha ido enlazado formaciones y seleccionado personal. Ahora mismo son cinco operarios los que restauran y realizan réplicas: un peón, dos oficiales de segunda, un primera y un mestre. «Tenemos una escala de intervenciones con seis niveles, dependiendo del estado de la pieza y el grado de la restauración, y diferenciamos si es una barca u otro objeto y si es para navegar o exponer. Si está en el nivel más bajo, sólo se trata de limpiar la embarcación; en los niveles medios, se valora su restauración, y si el nivel de intervención es superior al 60 %, se sacan los planos y se hace una réplica».
Dentro de la investigación, el Consell lleva a cabo trabajo de campo: «Vamos por fora vila buscando barcas que están tiradas en un sembrado, junto a un algarrobo o dentro de un garaje. «Si tienen el nombre y la matrícula o los papeles, disponemos de su valor documental y los operarios toman las formas con un sistema de láser», explica Oliver. Gracias a esta tecnología, la forma de las barcas, a pesar de estar enterradas, se traduce en una imagen digital, por lo que podrían volver a construirse en un futuro. «Es un trabajo necesario para conservar, no solo el oficio, sino también el fruto, que son las barcas», destaca el mestre.
Un secreto compartido: proyecto Gàlibs o cómo digitalizar los sueños de un marinero
Virot se hizo a partir de unas plantillas que este año cumplen 100 años. «Los mestres d’aixa hacían las cosas tan bien hechas que después de tanto tiempo hemos sido capaces de reproducir sus ideas. Esto es la excelencia, que las ideas sean aprovechables cientos de años después», dice Florit.
La reconstrucción ha sido posible porque en el taller se encuentra el secreto mejor guardado de los mestres: unas tablas de madera numeradas que, dispuestas de la manera correcta, forman patrones de las costillas de los barcos, que se pueden reproducir con las medidas exactas con las que fueron creados. De esta manera, se pueden volver a construir llaüts, gussis, barques de bou y llanxetes felanitxeres, entre otros.
Las tablas se dibujan a mano sobre un papel, se miden y digitalizan, así se crea una base de datos de diseños que se podrá descargar. Florit añade que «se extrae un plano de la embarcación y muestras de pintura y madera, que quedan en el dossier de la embarcación. Tenemos una cincuentena».
Recopilar la información no ha sido tarea fácil, pero algunos mestres, al encontrarse sin relevo generacional, han cedido las piezas o han dado permiso para copiarlas, ya sean suyas o de sus maestros. Todo un acto de generosidad por parte de unos artesanos de la madera que no quieren que su trabajo, hecho a golpe de hacha y con mucho cuidado, quede hundido en el recuerdo.
«Es una lástima que todo ese conocimiento que han ido adquiriendo se pierda. La construcción y los artículos que hacemos es una forma de honrarlos». Para Florit, el trabajo de documentación es muy estimulante. «Es muy alentador, si hablas con cualquier mestre, te quedarás embobado. Y aprendes tan sólo de las experiencias vitales. Nosotros vivimos del trabajo, pero ellos sobrevivían. Estaban hechos de otra pasta, son muy especiales».
El proceso de construcción comienza en el bosque
Los mestres que trabajan en Marratxí se desplazan a la finca pública de Son Amer, en Sa Pobla, entre otras fincas públicas. Cortan los árboles en enero, dependiendo de las lluvias y según el calendario lunar. La posición de este astro influye en la calidad de la madera. «Cuanto menos savia tiene, es menos propenso a los hongos o la carcoma. Realizamos un proceso de inmersión en el safareig durante tres años, la dejamos secar de forma natural, un centímetro por año, y después se procesa, se calienta y se da forma».
La construcción es de kilómetro cero y de economía circular. «Si no tenemos encina, empleamos roble, o, si no, buscamos una madera de similares características mecánicas, pero priorizamos las de aquí».
Un futuro esperanzador
La industria náutica es muy potente, pero la diversificación es difícil, según Florit: «Se hacen grados de FP y certificados profesionales, pero la clave es tener mestres que enseñen el oficio y el patrimonio marítimo».
Cuando vienen a hacer visitas, «parece que todo el mundo quiere ser mestre d’aixa. Lo que cuentas puede parecer muy bonito, pero no saben qué es trabajar aquí en febrero, con frío. Nos pegamos martillazos, nos mojamos… La capacidad de improvisación es imprescindible, también el ensayo-error y la creatividad. No hay nada recto, y acortamos la capacidad de conexión cerebro-mano.
El mestre se muestra tranquilo hablando de futuro. «Barcas nuevas, no sé si se harán muchas. Restauraciones las hay, pero solo con el mantenimiento de la flota ya tenemos bastante trabajo. Siempre habrá algún elemento de madera que requiera reparación».
En un mundo cada vez más dominado por la producción en masa y la tecnología, los mestres d’aixa de Marratxí representan un testimonio de la importancia de preservar las tradiciones locales y el arte manual. Su incansable trabajo nos recuerda la necesidad de valorar y proteger nuestro patrimonio cultural náutico. Aunque el destino de muchas de las embarcaciones que salen del taller es la exposición, «los barcos están hechos para navegar», nos dicen los mestres.