Un legado de barro y fuego

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Los orígenes de tradición alfarera de Pòrtol y Sa Cabaneta

A fines del siglo XVII, una pareja tomó una decisión que cambiaría el rumbo de la cerámica mallorquina. Un matrimonio de alfareros de Ses Olleries, un pequeño llogaret del municipio vecino de Santa Eugènia, cargó sus herramientas, pertenencias y esperanzas en un humilde carro para dirigirse hacia las prometedoras tierras de Pòrtula. La possessió que dio a luz al incipiente núcleo de Pòrtol. Allí, el asentamiento humano y el inicio de la tradición alfarera florecieron casi simultáneamente, en torno al año 1675.

Los protagonistas de esta historia son Bartomeu Amengual Martorell y Caterina Oliver Busquets, provenían de Santa Maria del Camí y Santa Eugènia, respectivamente, dos localidades que en aquel entonces formaban parte del mismo municipio. Tras contraer matrimonio, establecieron su nueva residencia en Pòrtula. Y, como afirma el investigador marratxiner Biel Massot i Muntaner, “forjaron un linaje que llenó de descendientes el territorio que más tarde sería conocido como Pòrtol”, al punto de que podemos considerarlos “los primeros padres de la cerámica de Marratxí. Fueron el Adan y Eva de la cerámica marratxinera”.

Ses Olleries de Santa Eugènia, había sido desde los tiempos de Medina Majurca, –la Mallorca árabe – un destacado centro cerámico, pero la calidad de sus arcillas comenzaba a mermar. Los Amengual, expertos en leer las señales de la tierra, comprendieron que era el momento de explorar nuevos horizontes. Llegaron a sus oídos noticias de la existencia de depósitos de arcilla roja y blanca de calidad excepcional en las proximidades de Pòrtula. Las tierras de Ses Coves de Can Guidet y el Pou del Coll, en Marratxí, albergaban un barro de extraordinarias cualidades: altamente plástico, resistente y con la capacidad de soportar con éxito el rigor del fuego, ideal para la elaboración de cerámica de alta calidad.

Tal como destaca el historiador Gaspar Valero i Martí: “Había un flujo constante entre Santa Eugènia, Pòrtol y Santa Maria, esencial para el transporte de arcilla y la distribución de las piezas terminadas. La geografía y la disponibilidad de los recursos naturales han moldeado la historia de estos núcleos vecinos. La calidad de la arcilla en Pòrtol impulsó su crecimiento como centro alfarero, mientras que las ollerías de Santa Eugènia fueron perdiendo relevancia con el tiempo”.

El inicio de una saga alfarera

Tomeu y Caterina llegaron a Pòrtol cargados con la herencia de generaciones de artesanos y un profundo dominio del oficio. Con paciencia y esfuerzo, levantaron su primer taller —modesto, pero suficiente para iniciar una nueva etapa— en el lugar donde hoy se encuentra la ollería de Can Vent. Según Biel Massot: “Probablemente tuvo otro nombre en sus orígenes, pero es la rama que se ha mantenido más cercana a la raíz fundadora del matrimonio Amengual-Oliver”.

El horno árabe que diseñaron comenzó a arder, y de sus llamas surgieron las primeras greixoneres, ribells, alfàbies y ollas de todo tipo. Estas piezas no solo abastecían los hogares locales, sino que también llevaron el prestigio de su arte más allá de las fronteras de Marratxí con su presencia en ferias y mercados.

Con el tiempo, la saga creció y se multiplicó. Tal y como explica Massot: “Todas las familias de ollers de Pòrtol provienen de aquella pareja inicial, Bartomeu Amengual y Caterina Oliver. Por lo tanto, están todos emparentados. Al cabo de los años, los apellidos se entremezclaron, dando lugar a una intrincada red familiar que constituye el corazón de la historia alfarera de Marratxí”.

De aquella primera ollería situada en Can Vent surgió Can Bernadí, que luego se dividió en Can Isidre. Con el paso del tiempo, esta derivó en Es Porxet —el único taller regentado por mujeres—, Can Bernadí de Pòrtol y Can Bernadí de Sa Cabaneta, de donde proceden Madò Bet des Siurells, Can Joan Bernadí y, más recientemente, el taller de Andreu y Antònia. De Can Bernadí de Pòrtol, aún en activo, surgieron Sa Penya y, con posterioridad, Cas Canonge.

La huella de la saga Amengual no se limitó solo a su apellido, sino que dio origen a otras tres notables ramas alfareras. La primera, la de los Amengual, se mantiene viva en Can Vent, la ollería más antigua; la segunda, la de los Serra, surgió con el matrimonio de una hija de los Amengual; y la tercera, la de los Palou, brotó a finales del siglo XVIII, cuando una descendiente contrajo nupcias con un Palou de Bunyola.

Así, Pòrtol y Sa Cabaneta no solo se consolidaron como dos de los principales núcleos alfareros de Mallorca, sino también en símbolo de la unión de saberes artesanales, recursos naturales y tenaz esfuerzo familiar. Este legado, forjado con dedicación y maestría, ha perdurado a través de los siglos, dejando una huella imborrable en la identidad cultural del municipio y de la isla.

La importancia de Santa Eugènia como núcleo alfarero alcanzó su apogeo en el siglo XVIII. Sin embargo, esta prosperidad comenzó a declinar con la disminución de la disponibilidad de arcilla local y los cambios en las dinámicas del mercado. El historiador Gaspar Valero i Martí describe este proceso: “Sabemos que alrededor de 1730 había hasta diez talleres de cerámica en Ses Olleries de Santa Eugènia, una cifra notable para un llogaret tan pequeño, pero para el siglo XIX ya estaba en decadencia”.

Mientras Santa Eugènia perdía su protagonismo, Pòrtol emergía como centro alfarero gracias a la calidad y abundancia de su arcilla local. Ya en el siglo XVIII comenzaba a destacar. Hacia 1789, se consolidó con nueve alfarerías, tal como nos indica el viajero Jeroni de Berard en “Viaje a las Villas de Mallorca”, donde recoge la historia, geografía y manifestaciones artísticas de los pueblos de la isla. En el siglo XIX, Pòrtol había superado a Santa Eugènia como núcleo de producción cerámica en la zona.

Un oficio que resiste en tiempos difíciles

Cuando se encendió el primer horno de ollería en Pòrtol, hacia finales del siglo XVII, Mallorca era en sí misma una olla de tensiones sociales, políticas y económicas. El lento ocaso del feudalismo coexistía con los albores de una sociedad más dinámica y moderna.

La isla se regía por una estructura social rígida y desigual. En la cúspide, un puñado de familias de la nobleza terrateniente —heredera directa de los conquistadores catalanes— ejercía un control férreo de la economía a través del dominio de las tierras, al tiempo que una burguesía incipiente, formada por comerciantes y menestrales, pugnaba por obtener mayor influencia. Paralelamente, la mayoría de la población seguía sujeta a un sistema feudal que imponía condiciones de vida extremadamente duras a los campesinos y pequeños artesanos.

Como señala el historiador Gaspar Valero i Martí: “Desde la Germania del siglo XVI hasta los enfrentamientos entre Canamunt y Canavall, pasando por la amenaza constante del corsarismo, Mallorca vivía una época convulsa en la que todavía persistía la esclavitud y la inquisición. El contexto estaba marcado por el bandolerismo y las luchas entre facciones de la nobleza terrateniente, una situación que afectaba especialmente a zonas como Marratxí y sus alrededores. Los alfareros de Pòrtol no fueron ajenos a esta realidad”.

En este contexto convulso, los olleros se convirtieron en un eslabón fundamental de la economía mallorquina. La alfarería, una actividad modesta pero imprescindible, abastecía tanto a los hogares como a otros gremios con objetos cotidianos: cántaros para transportar agua, ollas para cocinar y recipientes de almacenamiento, como las alfàbies.

El trabajo de los alfareros de Pòrtol, surgió como una respuesta a las necesidades prácticas de la sociedad mallorquina de la época. Lejos de sucumbir a las adversidades, convirtieron su oficio en un verdadero símbolo de identidad y orgullo para la isla. Como concluye el historiador Gaspar Valero: “La historia de Mallorca está llena de conflictos y tensiones, pero el trabajo de los alfareros de Pòrtol y otros lugares supo resistir. En aquellos tiempos difíciles, la calidad de la arcilla y la dedicación de las familias artesanas contribuyeron a consolidar una tradición que, siglos después, aún perdura”. 

El oficio del barro y el sentido espiritual

Durante este período, la teocracia dominaba la vida cotidiana, dictando festividades, normas y costumbres bajo el dogma de la Iglesia católica, cuya autoridad era incuestionable. Este teocentrismo no solo configuraba la estructura social, sino que también impregnaba profundamente las actividades artesanales.

En el caso de los olleros, su oficio adquirió una dimensión espiritual que reforzaba su identidad colectiva y su sentido de comunidad. Desde el siglo XIV, el gremio de gerrers, ollers y teulers quedó bajo la protección de la Santísima Trinidad, un patronazgo vinculado al relato bíblico de la creación. Según el Génesis bíblico, Dios, como un alfarero divino, moldeó al hombre y a la mujer a partir del barro, otorgando al oficio una conexión simbólica y casi sagrada.

Biel Massot destaca esta relación al afirmar: “A partir de esta concepción, los alfareros adoptaron a la Santísima Trinidad como patrona de su oficio. En este sentido, Dios fue considerado el primer alfarero”.

En junio de 1916, Miguel de Unamuno desembarcó en Mallorca buscando escapar de las tensiones de la guerra y de su propia tormenta interior. Durante su estancia en la isla, pasó unos días en Santa María y, junto al vicario de Pòrtol, Mn. Guillem Parets i Santandreu, visitó las ollerías de Marratxí. Al llegar a Can Vent —la última alfarería visitada—, tras finalizar los trabajos, los artesanos se detuvieron a rezar delante de una figura de la Santísima Trinidad. Unamuno afirmó que la devoción de aquellos artesanos le había conmovido más que muchos sermones.

El legado árabe de Benibazari

Desde la época talayótica hasta la ocupación musulmana, y bajo la influencia de culturas como la fenicia y la romana, la isla de Mallorca se ha configurado como un crisol de culturas cuya riqueza se refleja en su tradición alfarera. Esta evolución histórica y artesanal alcanzó su máxima expresión en la cerámica de Marratxí, cuya simiente –como hemos visto– fue trasladada desde Ses Olleries de Santa Eugènia hasta Pòrtol por Bartomeu Amengual y Caterina Oliver.

Si queremos descubrir el origen de esta semilla, debemos retroceder aún más en el tiempo. Sus raices se pierden en las brumas de la historia, durante la ocupación musulmana (siglos X-XIII) de Mallorca, cuando Santa Eugènia, era una pequeña alquería árabe conocida como Benibazari, rodeada de pequeños rafales. Este asentamiento, parte del distrito (iuz’) de Qanarusa, estaba habitado por la tribu bereber de los Zanata, reconocida por su experiencia en agricultura y su habilidad en el manejo del barro y el agua.

Tras la conquista cristiana liderada por Jaume I, aunque gran parte de la población musulmana fue desplazada, algunos miembros de la tribu Zanata permanecieron en la región. Su legado, especialmente en técnicas agrícolas y alfareras, fue asimilado por los cristianos y contribuyó a sentar las bases de la tradición artesanal de la zona, cuyo impacto perduró hasta las primeras ollerías de Pòrtol.

Los Zanata, expertos alfareros, introdujeron innovaciones que transformaron la cerámica en Mallorca. Entre ellas destaca el uso de hornos árabes de doble cámara, capaces de alcanzar una cocción uniforme y de alta calidad. Conocidos como ‘forns de moro’, estos hornos se convirtieron en la base del desarrollo de la tradición alfarera marratxinera.

Como señala el historiador Gaspar Valero i Martí: “Hay muchos indicios que sugieren una conexión con la tradición árabe, especialmente a través de nombres como ‘forn de moro’. En Palma, por ejemplo, existen zonas como el barrio del Socors, que conservan una clara herencia musulmana. Lo mismo puede suceder en Santa Eugènia”.

La importancia de las ferias y mercados

Las piezas terminadas eran cuidadosamente cargadas en carros y transportadas a ferias y mercados a lo largo y ancho de la isla. La reputación de la cerámica de Pòrtol, construida pacientemente a lo largo de generaciones, les aseguraba un lugar destacado en los encuentros comerciales más importantes de Mallorca.

El investigador Biel Massot i Muntaner resalta este fenómeno: “Cada ollería tenía asignados sus propios mercados. Por lo general, no competían entre ellas; eran territoriales y respetaban las zonas de influencia de cada taller”.

Por su parte, el historiador Gaspar Valero i Martí complementa esta visión, destacando el contexto económico de la época:  “hablamos de una economía preindustrial, donde las ferias desempeñaban un papel crucial. Estos eventos no eran meros espacios de intercambio, sino verdaderos centros de encuentro para los artesanos. Era común que los alfareros dedicaran varios días a desplazarse con sus productos, estableciendo redes sólidas con otros territorios”.

Este modelo de comercialización y distribución, profundamente arraigado en el tejido social y económico de Mallorca, no solo garantizaba el sustento de las familias alfareras, sino que también contribuía al intercambio cultural y comercial entre los diferentes municipios. En estos desplazamientos, la cerámica de Pòrtol no solo satisfacía las necesidades prácticas de los hogares, sino que poco a poco se fue convirtiendo en un símbolo de identidad mallorquina. 

Fascinado por la dedicación de los olleros de Pòrtol  a su oficio, Miguel de Unamuno escribió: “Aquellos hombres, lentos y calmosos, trabajan y trabajan bien. Trabajan lenta y calmosamente, pero con toda la perfección posible, recreándose en su trabajo, en su obra. Los artífices o artesanos son excelentes. Y es que acaso toda obra es para ellos obra de arte. No es el hacer que se hace como para salir del paso”.