Yosbel Lazo: “El pueblo debe sentir que la iglesia no está para juzgarle”

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El reverendo Yosbel Lazo Cordero nació en Cuba el 16 de junio de 1979. Sacerdote desde hace 15 años, ha dedicado la mayor parte de su carrera a las misiones en su tierra natal, trabajando especialmente con la juventud y las poblaciones más desfavorecidas. 

En abril de 2018, con 39 años, fue nombrado director nacional de las Obras Misionales Pontificias en Cuba. Ejerció cinco años de misionero hasta que en 2023 tuvo la oportunidad de viajar a España y recaló en Marratxí. Ahora es el párroco de la Iglesia de San Alonso y, en sólo ocho meses, su implicación y alegría en sus oficios han llamado la atención de muchas personas.

¿Cómo llegó a oficiar en Marratxí?

El consejo de los sacerdotes determinó que este era el lugar donde me podían destinar. El Obispo de Mallorca me asignó la parroquia de San Alonso, que estuvo unos meses sin un cura fijo. Estoy aquí desde el 10 de enero, aunque ya estuve en los meses de junio, julio y agosto del 2022.

¿Qué le chocó de los mallorquines al aterrizar en la isla?

El pueblo valora mucho lo que se hace por él, fue lo primero que vi al llegar. También me di cuenta de que había un clero envejecido, lo que supone un reto y una acción inmediata. Además, me chocó la necesidad de encontrarse con una iglesia cercana. El pueblo necesita volver a recuperar la confianza en la institución. Debe sentir que la iglesia no está para juzgarle, sino para estar en todas las etapas de la vida. No debe quedarse entre cuatro paredes, debe salir a diferentes escenarios, necesita estar ahí fuera. 

¿Qué hizo al llegar?

En primer lugar, me dí a la tarea de conocer la historia del pueblo y la labor de todos los sacerdotes porqué han dejado huella en el pueblo. El padre Tomeu y el padre Guillermo han dado mucho y son los puntos que tengo como referencia. La historia no se hace conmigo, yo soy parte de este proceso de continuidad. Sabiendo la historia, puedo tener una dirección y saber que quiero aportar. 

¿Cómo le han recibido?

Con muchas expectativas sobre lo que venía a ofrecer. A la hora de presentarme dije: yo no soy Mesías, no vengo a salvar a nadie ni a resolver todos los problemas. En el poco tiempo que llevo aquí he visto que hay un sentido de pertenencia. Antes la gente venía a misa y se iba corriendo a su casa. Ahora no vienen a misa solo por cumplir, hay algo más que les atrae y se quedan a conversar. Me llama la atención la presencia de gente de otras barriadas: de Palma, Son Ferriol, Pòrtol, no solo de Es Pont d’Inca. 

¿Se implican los jóvenes?

En Cuba, la presencia en la comunidad cristiana de los jóvenes es pobre. Aquí, la situación es crítica. 

El trabajo con los jóvenes es lento y requiere paciencia, pero hay signos de esperanza. Los del colegio Santa Teresa me pidieron que participara en una  formación antes de la graduación. Pude hablar con ellos de temas fundamentales. Dijeron muchas cosas interesantes, y es que a los jóvenes hay que escucharlos, no juzgarlos ni escandalizarse por lo que dicen, es la manera de amarlos. Se quieren equivocar, sacar una experiencia de ahí y debemos estar para ellos, ayudarles a discernir, a descubrir que hay algo más. Y a ese ‘más’ yo le llamo Dios. 

Este pueblo es lo que es gracias al su aporte religioso, no se puede obviar el elemento de fe a la acción educativa. Estas instituciones han sido clave. Igual que otras. En el esplai hay casi 400 niños y muchos manifiestan que no tienen fe, pero he descubierto que hay algo noble en ellos. Y yo les digo que la fe es una propuesta, no una imposición. Es un camino que se presenta. Unos lo transitan y otros no. 

¿Cómo cree que ha afectado la crisis existencial, sanitaria e incluso económica a la fe de los jóvenes?

Hoy en día hay una crisis de fe, que responde también a una crisis existencial y de identidad, que afecta a todos los ámbitos. La fe ya no es un referente, como lo fue para mi generación. No dice mucho a los jóvenes, tienen otras necesidades.

El COVID nos ha ayudado a descubrir una vulnerabilidad y fragilidad existencial. Ha cambiado las búsquedas y los caminos existenciales de los jóvenes. Ante eso necesitamos un soporte, algo que perdure. La fe y la comunidad dan fuerza enmedio de este vaivén y este desarme. Sigo creyendo que la fe es muy válida hoy en día aunque muchos la cuestionen. 

¿Y cómo encontró la suya?

Yo no vengo de un ambiente cristiano, no tenía ningún referente de iglesia ni de fe por el proceso político y social que se vive en Cuba. A los diez años tuve una inquietud por el tema de Dios y empecé una búsqueda personal. A medida que iba encontrando respuestas sabía que esto era lo que yo necesitaba. Descubrir la fe cambió la vida de ese niño.

Fue misionero en su país natal, no debió ser fácil…

Fui Director de Obras Misionales Pontificias de Cuba. Mi último trabajo fue una parroquia sin templo, compuesta por decenas de pequeñas comunidades obreras, donde hacia más de sesenta años que la iglesia no llegaba. La iglesia misionera ha tenido que reinventarse para proponer un camino a un pueblo que no tuvo ningún referente religioso, generaciones enteras sin fe. Fue un trabajo muy duro, creé comunidades cristianas de cero. Yo era un adolescente en aquel entonces, pero vi la manera de conectar con la vida de la gente.

¿Cómo se consigue?

Uff, mucha perseverancia. Trataba de hacer relación con la gente, pero en Cuba había mucha indiferencia con el tema de Dios, un elemento que se vive en España. Pero con mi experiencia previa ya no me asusta. 

Ante la indiferencia, ¿ha optado por unas misas alegres?

Mi estilo de celebrar es muy muy particular, porque la fe es alegría. Y yo la comparto,celebro la vida.Tú tienes que salir de aquí (de la iglesia) con un gozo de haberte encontrado con Dios y con los hermanos. Unas celebraciones alegres se contagian comunitariamente y eso es lo que he tratado de transmitir. Si sales igual que entras hay algo que no se ha trabajado en ti.  La alegría como estilo de vida es algo que me caracteriza, en lo hondo y muy personal. 

¿Qué es la alegría para usted?

La alegría no es estar siempre con la sonrisa de oreja a oreja. Sí hay un tipo de alegría que es permanente, la de seguir luchando, seguir para alante, cuando decimos “tengo que continuar” a pesar de los pesares. Concibo la alegría como un actitud, no como un estado de ánimo. 

Le gusta conocer a las personas…

Una de las cosas que yo procuro es, al terminar la misa, despedir a todo el mundo, uno por uno. Y les deseo una semana bonita, y esto conecta con la gente. Estoy muy atento a las personas: si me entero que hay alguien enfermo en la comunidad, lo comento y digo “vamos a orar por esta persona”; o sé quién se ha graduado, quién ha tenido un logro deportivo. Todo lo que pasa en la vida de la gente se le tiene que dar cabida en la iglesia, esto crea comunidad. Por ejemplo, los lunes voy a la residencia de Can Carbonell a celebrar la Eucaristía. La fe es importante para las personas vulnerables.

 La iglesia tiene que seguir siendo un elemento que dé identidad a un pueblo. El reto de uno es hacer que las diferentes instituciones de Es Pont d’Inca se sientan conectados con la iglesia y que pueda ser un puente y un diálogo con las diferentes instituciones sociales.

CARA A CARA

¿Cómo es su día a día?

Me despierto a las 6 de la mañana. Lo primero que hace un cura es rezar, ponerse en la presencia de Dios. Después me voy a tomar un cafecito al bar de Ramón, ahí saludo a la gente. Por la mañana estoy ocupado haciendo cosas por la comunidad y cuando acabo voy al gimnasio. Es una norma importante para mi, por salud física y mental, una manera de socialización y de aprender de las diferentes realidades fuera de la iglesia. Por la tarde atiendo a la gente, hago misa y a la noche me retiro a ver algo de tele o una película. 

¿El mejor momento del día?

Sin duda, la celebración de la Eucaristía y el encuentro de Dios con la gente. Aunque esté cansado, veo que hay una conexión y esa es la mayor felicidad que hay.

Un pasaje favorito de la Biblia: “He sido enviado a evangelizar a los pobres”, de Lucas 4.4.8 (Es mi lema sacerdotal y lo que me ha mantenido mi fe).

Un personaje: San Vicente de Paul, un sacerdote francés del siglo XVII que revolucionó Francia con su amor y caridad en los momentos más difíciles.

Un libro: San Manuel Bueno, mártir de Miguel de Unamuno (la vida de un sacerdote que perdió la fé)


Una película: En mi adolescencia vi Titanic más de 7 veces y destacaría El Nombre de la Rosa, pero me gustan mucho las películas de vampiros y veo todas las de narcotráfico. No me gustan las películas tristes, pero sí las de terror.